Silencio | Shusaku Endo

Chinmoku: lo que se sobrepone al silencio
Una introducción
Anotaciones dispersas a una pregunta permanente e irresoluble

Mientras estoy con esto de escribir la respectiva entrada afuera del pequeño cuadro que hace las veces de armario, bodega y estudio, se encuentra Cremita. Quisiera decir “ya saben, es Cremita, no amerita presentación, todos deben conocerla”, pero me he vuelto un ausente en el grupo así que nadie tendría porque reconocer ese nombre, o el mío. ¿Habrá alguna huella que recuerde mi presencia? Quizá está es de esas preguntas que no deben responderse porque no deberían de preguntarse…

    Cremita está tendida en el cemento, su cuerpo parece una montaña en la que perdura el atardecer, el recuerdo del verano. Encuentro en el blanco de sus patas y hocico fascinación, y esto no se debe a que exista en su cuerpo alguna degradación cromática que enganche mis gustos por cierto orden; fascinan porque son señales del viaje que viene desde el melancólico amarillo que corona los pelos encrispados cerca de su cuello hasta el límpido blanco de sus pequeñas patas; tentandor, pero no. El encanto del color blanco es porque sus patas me parecen cuatro miembros cubiertos por guantes blancos, igual que las caricaturas… Me pregunto, ¿qué es lo que sucede en estos momentos dentro de su red cerebral?, ¿qué habita su interior mientras yo escribo sobre cosas que suelen considerarse importantes por el hecho de tener de mi lado el calificativo ‘humano’? No lo sé, así como no sé si yo podría entender el charco de su ánima, encontrar mi rostro en la composta de grises, repleta de imágenes fractales y líneas y texturas de cada constelación de sensibilidad olfativa, acústica, que han sacudido su existencia perruna. Mientras escribo estas cosas, sintiendo como me desdoblo para luego poseerme y manipularme a escribir de una forma que siempre me suele parecer ajena, llego a la conclusión que entre ella y yo, el animal y el hombre, hay silencio.


    Creo que la aceptación de este silencio me inquieta, ya que lo único que alcanzo es sentenciar la permanente existencia de una distancia que por siempre permanecerá irreductible: y que yo, a pesar de mis esfuerzos, por mucho que contemple a Cremita, que la cuide, que le hable, no podré entenderla… pasaremos nuestros años creyendo jugar, creyendo ser amigos, y me convenceré de que yo la amo y ella me ama. Luego Cremita morirá o yo moriré, y si tenemos suerte no sufriremos cuando eso suceda, pero esta es la verdad: que no importa cuanto agregue yo a esta vida juntos, ninguno de mis esfuerzos harán que yo logre entenderla. Nunca. 

    De esta verdad, lo más triste para mí, es que jamás sabré qué es eso que colma sus ojos en el instante que hay en ellos un brillo inusual cuya luz parece venir de su interior; jamás llegaré al corazón de esos enormes ojos que parecen hechos por manos delicadas, cristales de savia añeja, intachables, que durante noches han observando cómo es que yo soporto otros silencios.


Todo libro, y esta es mi manera de entenderlo ahora, es el diálogo que jamás aconteció. Las páginas del libro suplantan el encuentro en el que se anudan quien sabe cuantas respuestas. Considero que la forma superficial de esta idea radica en la atribución que hacemos o hemos hecho en el estribillo: ‘este es mi libro favorito’.

    A veces no me encuentro seguro si esto debe ser motivo de vergüenza o de sonrisa, pero el año pasado yo encontré el mío… y aunque invocara cierto drama emocional al nombrar a Silencio como libro favorito, tengo que decir que no lo es, pero por poco lo ha sido, y confesarlo, aquí mientras escribo, me hace querer retractarme.


    

    Si propuse Silencio no es porque este respondiera a la normativa del club, acuñada en la idea de novela histórica; si el libro aparece ahí es porque actué con estrategia, le procuré una oportunidad para traerlo aquí, con nosotros; traer aquí uno de mis diálogos, esos que nunca sucedieron. 

    No sé cuántas discusiones se podrán desprender de la novela ahora que es lanzada a campo abierto, frente a los ojos de otros diálogos; en mi caso, y la repetida lectura de la novela, así como una pequeña revisión de la obra de Endo (con El Samurai y Escándalo) me han tirado a discusiones acerca de las diferencias entre occidente y oriente, las ausencias presentes… la mirada oculta al interior del templo budista, la mueca de Buda, las manos de Buda, el loto que emerge del agua negra como la sangre que brota de la herida hecha en la piel de la ciénaga; la carencia de sabor en el arroz, las sombras, el té, el silencio y la infertilidad en los rostros contrapuestos, como máscaras, de Endo y Mishima; rojas tripas de un samurai que expone su pureza debajo de un cerezo; el Shinto, y aquel recuerdo en el que un enorme pagoda irrumpe los límites de un jardín en Múnich… Heidegger y Japón… los Haiku, el Haiku, salvaje y de pequeño tiempo, como vida breve:  

Escribo, borro, reescribo,
borro otra vez, y entonces
Florece una amapola.

Es fácil perderse, nadie lo ha dicho mejor que Rilke, falla nuestro paso en un mundo interpretado, y las bestias lo saben… Cremita me mira y lo sabe: falla mi paso en este mundo. 

    Sé que no se puede limitar la interpretación de la novela, ¿quién podrá dominar la fuerza de un diálogo? Todo lo anterior y todo lo que pueda venir con ello a partir de otras propias interpretaciones ya está incluido no sólo en Silencio, lo está en cualquier texto refiera a esa "ciénaga llamada Japón"; claro que participaré de esta y cualquier discusión, de cualquier interpretación, pero el corazón mismo de mi presencia en cada sesión, el eje de este retorno al grupo después de un año, estará marcado por el silencio.

    Recuerdo unas de mis primeras intervenciones en el Club de la Buena Estrella… los rostros se giran, indicando el inicio de mi turno para externar mi opinión. Recibo las miradas, veo que ya no tengo comida frente a mis ojos y un torrente de palabras se sacuden en mi cráneo, dibujo una mueca, la máscara, y respondo: optaré por el mutismo selectivo. En la mesa ríen. 

    Lo que no se sabe hasta hoy, excepto por dos o tres personas, es que ese día guardé silencio porque no quería que me escucharan. No es que yo no tuviera nada que decir sobre la lectura de aquel mes, no. No se trataba de eso. Guardé silencio porque no quería que alguien supiese qué es lo que yo tenía que decir, porque había algo en sus gestos, en la mirada, la gravedad de un asunto demarcada en la rigidez del ceño y una boca que con dificultad sonreía, constantemente, del otro lado de la mesa, esa mirada revisaba mis movimientos, como si estuviera a la espera de mi turno para hablar. Todas las señales hicieron que yo me quedara en silencio.

    Endo lo escribe en algún momento de El Samurai, silencio es escuchar el sonido de los grillos en la llanura. Este silencio no sólo es distinto al silencio de Rodrigues y Ferreira nuestra novela, es distinto al silencio frente al dolor, el horror con el que se enhebra la historia de la humanidad. 


En el verano del 2021 escribí El astro del que se jactan, novela sin ningún interés de publicar. 

   La historia va del secuestro de una niña dentro de una hacienda y la desesperada búsqueda de su padre, con ayuda de su hermano (tío de la niña). La novela termina de forma anticlimática, es decir, sin giros para la construcción de un enganche sentimentaloide, no plot-twist, ya la literatura sufre demasiado como para agregarle otro peso: el padre muere a costas de su hermano, el filo de un hierro le atraviesa el cuello. La niña, encerrada en una cabaña, soportando el peso y el sexo de un hombre sobre su cuerpo queda definida como la encarnación misma del deseo en un mundo hambriento, cargado de ese apetito que viene del fondo originario de nuestra aparición en la tierra que no logra calzar con el montaje social; es una novela de eso que usted y yo entendemos por mal. 

    Con el padre muerto, el tío de la niña queda libre para hacer del rescate su recompensa: matar al secuestrador y quedarse con su niña

    Esto es lo que acontece….

… el pesado aire se coló al interior de la cabaña. El fuego que ardía en el mechero de gas se apagó, y la luna, cuyo rojo se difuminaba en una blancura insípida e inusual que brotaba de sí, era la única referencia luminosa de aquel mundo siniestro. A lo mejor, una lechuza hubiera salido de su guarida para cazar y hacerse de alimento, para volar y apoderarse con su horror de la noche, pero las auroras que descansaban en el techo de la cabaña no dejaron de cantar… y ni el hombre de gemir, la niña de respirar y el hermano de observar en silencio.

¿Por qué guardas silencio? Es la pregunta de Endo en la novela.

    No solo es la pregunta por el dolor, el sentido del sufrimiento, es la pregunta por el silencio de Dios ante la incertidumbre misma de la existencia y la asunción de ese silencio ensordecedor. Probablemente, ahí dónde lo humano está, el silencio total sea imposible. Ni en el extremo aislamiento de sonidos, la voz que sobreviene a nuestro interior, que habla con nuestro timbre, la que creemos nuestra, guarda silencio. El silencio sólo puede ser cuando una presencia, un alguien con algo que decir, no dice nada… y este es otro desacierto de la cultura: “el que calla otorga”, qué error. 

    No, el silencio no otorga, el silencio es abrumador. 

Pareciera que las complicaciones éticas provienen del silencio, ¿qué hacemos si Dios se mantiene en silencio? Que el tema se enhebre junto al catolicismo, entre sus mil y un lecturas, es porque este cuadro busca, lo mejor que puede, lo originario de la condición existencial de vernos arrojados a un mundo en silencio… me vienen ecos de C.S Lewis, Más allá del planeta silencioso

    Recuerdo las palabras de Jorge Galán, en una entrevista, respecto a su novela Noviembre. Acerca de los sacerdotes asesinados dice ‘más allá de alguna doctrina - parafraseo - encuentro humanismo’; pero ningún martirio es humanista porque ningún humanismo es natural como se entrevé en sus palabras. Todo humanismo es metafísica en el momento que es el guión de un diálogo con el Dios que permanece en silencio; por lo tanto, el humanismo es, en todo caso, un asunto teológico, doctrinal. 

    En el silencio se enreda la fundación misma de la existencia, porque, no son las preguntas del qué hacemos aquí o por qué está esto cuando podría ser algo más, las formas de ¿qué es lo que el Señor quiere de mí? }

    Pienso que ensordecer ese silencio abrumador solo es posible al sobreponer una voz, una voz que inserte el sentido que falta y que posiblemente nunca estuvo. En el gólgota, después del clamor de Cristo ante el silencio del Padre, este sobrepone su voz con un perdónalos porque no saben lo que hacen. 

    Y sigo sosteniendo, independiente mi sentido religioso o de fe, que no hay cosa más radical e insólita en las religiones y las leyendas que un Dios que niega de sí; y en ese momento, Dios parecía ateo, otro eco y esta vez es el de Chesterton.


En ese que menciono es mi libro favorito se encuentra en tan solo 10 páginas, aproximadamente 2800 veces la palabra socorro. M.C nos ilustra con ello el reducto del sufrimiento: el grito final del abandono, la desesperación de una vida sin respuestas. 

    Posiblemente la misma cantidad de veces en que se repite la palabra, o quizá más, fue el número de violaciones, homicidios, golpes, amenazas… que escuché durante siete años de trabajo en la maquinaria estatal. 

    Suelo cantarle a Cremita, con tonada infantil (y culpable yo de haber sucumbido a convertir a las mascotas en hijos): 

Vivimos en mundo de violencia, de violencia, de violencia, vivimos en un mundo de violencia. Se repite. Se repite.

Cremita salta, me hace reír; pero en mi interior prevalece el silencio por el tipo de cosas que salen de mi boca. 

  ¿Qué se dice cuando una niña te cuenta cómo era violada por su padre mientras una mujer los grababa y sus dos hermanitos, incluida una bebé, aguardaban en la alfombra su turno para la agresión? ¿Qué se dice cuando una joven es abusada por más de diez hombres y al final, estos le muestran el video de cómo descuartizan a alguien como advertencia de lo que podría suceder si es que llega a hablar? ¿Que se puede decir cuando un hombre golpea a su mamá con el machete, y lo que parecía un gesto de agresión, como los que suceden en el campo al planchar el lomo de un animal, termina por cortarle el cuello? Pienso que hay una ofensa en las palabras que se dicen ante estos asuntos, jamás creí que el amor y la ternura llegaran a ser causa de oprobio hasta que se encuentran con el horror. Ante estos asuntos de mundo, al menos yo, aprendí a guardar silencio.

    El silencio es abrumador por lo indecible que hay en él…

vivimos en mundo de violencia, de violencia, de violencia, vivimos en un mundo de violencia.

¿Pueden ahora entender lo violento de aquel capítulo de la novela de d’Ormesson? ¿el horror inmerso en el hosanna sin fin?¿Un grito de socorro que no cesará, que quedará sin respuesta tras páginas y páginas como el de mi libro favorito?


Me despierto por las noches, casi siempre es un rostro el que irrumpe lo breve de mi sueño; a veces es un rostro triste, el rostro de un niño que contiene el llanto, el rostro deforme de una mujer apaleada y lanzada a la carretera, el rostro grave de un pandillero que escruta mis gestos, el cadáver de un joven, el rostro de ese hombre de la fumie de Endo… me levanto de la cama en algunas ocasiones y dejo la habitación. Afuera está Cremita, y ahora, también Chilorio, los dos perros están en silencio.

   Me inclino un poco y Cremita se acerca para que acaricie su cabeza; paso mis dedos por su cráneo quebrado, vivimos en mundo de violencia, de violencia, de violencia, vivimos en un mundo de violencia; Chilorio sube sus patas en mis piernas, también quiere que lo toque. Los tres guardamos silencio. Veo la hora, pienso en qué podría estar pasando allá afuera… una mujer que contiene el llanto, fingiendo dormir junto a su esposo después de haber sido golpeada por él con una cadena durante horas; un niño pendiente de que las llaves colgadas a la puerta no suenen porque de hacerlo significa que pasará otra vez; un hombre escribiendo una nota antes de marcarse el plomo en la boca… la nota termina con su nombre y debajo escribió ‘los estrañere’.

vivimos en mundo de violencia, de violencia, de violencia, vivimos en un mundo de violencia.

Y vienen las mismas preguntas, 

¿Por qué guardas silencio? 
    ¿Qué es lo que el Señor quiere de mí? 
    Chinmoku.

    ¿Eso es lo que queda, un Haiku?

Alex Escobar Blanco 13 de enero de 2023
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