El Club de la Buena Estrella es un grupo de amigos que se reúne semanalmente para celebrar la existencia de los libros; cada mes tenemos la oportunidad de adentrarnos en una historia nueva, a veces más, y escudriñar los recovecos de sus páginas, de vivir todas las emociones posibles a través de estos objetos que tanto estimamos. Esta es la primera ocasión en que tengo la oportunidad de expresar por escrito cuán privilegiada me siento de compartir espacio con personas que enriquecen mi limitado modo de entender los libros y me han ayudado tantas veces a ver perspectivas que sola no habría vislumbrado jamás. Después del hito de aprender a leer, compartir lectura me ha vuelto mejor y nunca podré agradecerlo lo suficiente.
El camino de cada lector con un libro no siempre es amigable: están los que nos hacen reír y los que nos mueven hasta las lágrimas, los que son suaves y se dejan acariciar como un gato y los que son, parafraseando a Kafka, un hacha que rompe el mar helado, dejándonos en medio de la nada enfrentados a nosotros mismos, cuestionándonos los cómo, los porqués de todo.
El infinito en un junco de Irene Vallejo lo considero de un tipo entrañable; tienen un espacio indiscutible en mi corazón los libros que nos hablan sobre libros, por lo que, sin haberlo iniciado, las expectativas eran ya muy grandes. Empezar a recorrerlo ha derribado todas las premoniciones, sustituyéndolas por la certeza de haber encontrado una joya, por la contradicción de querer seguir la senda por la que nos guía, pero sin desear que llegue a su fin. En este proceso estamos.
Este libro es un ensayo, pero es también aventura, cuento, fantasía, un pequeño faro que no por pequeño ilumina menos; todo esto sin dejar de lado lo magníficamente documentado que está, lo notorio que resulta que la autora porta el honroso estandarte de lectora asidua, que nos lo hace saber no con pretensiones sino con una naturalidad propia de quien conoce bien su oficio. Si hay un mar helado que rompe es el de la ligereza con que tomamos un libro en las manos sin maravillarnos lo suficiente.
Leer en voz alta
La autora nos cuenta, como uno entre innumerables datos interesantes de los libros que la lectura en voz baja es relativamente reciente. En lo personal, la perdí hace catorce meses, pero gané mucho más. Todo empezó cuando supe que esperaba a mi hijo. Saber que mi cuerpo estaba ocupado por otro ser le dio una connotación distinta a la lectura: ya no estaba leyendo exclusivamente para mí, se volvió una actividad de dos y sentí todo el amor del mundo, todo el miedo del mundo y toda la responsabilidad sobre mis hombros de que él tuviera lo que todo niño merece y que fuera feliz, y en esa ecuación están también los libros.
Deseo que mi hijo ame los libros y por eso me llena de alegría que este género exista, que autores como Irene nos recuerden que no siempre ha sido como lo damos por hecho, que tener este objeto en nuestras manos, parte instrumento, parte símbolo, parte talismán entraña tanto esfuerzo humano, tanta historia, que parece poco menos que un milagro.
Con esa ilusión, y animada por un comentario en la primera reunión, escribí a la autora en una red social para expresarle que sus páginas son objeto de nuestra admiración y que la fascinación por su modo de contarnos la historia de los libros es consenso. Para mi sorpresa, no porque dudara de su carisma, que es palmario en entrevistas que hemos podido ver, sino asumiendo la cantidad de mensajes que debe recibir considerando el éxito editorial que ha tenido el libro, obtuve una respuesta prácticamente inmediata y un hermoso mensaje para nuestro Club, que reproduzco con profunda emoción.
Sus palabras son un bálsamo en un mundo que no siempre nos da tantos motivos para ser optimistas. Igual que cada criatura al nacer trae el mensaje de que Dios “todavía no pierde la esperanza en los hombres”, estoy convencida de que cada libro que se escribe nos trae el mensaje para todo el que quiera oírlo de que en esta generación la antorcha y faro de estas “máquinas del tiempo encuadernadas” está a buen resguardo.
Gracias, Irene, por resguardarlo.
Wen me habló con enorme cariño de su grupo "El Club de la Buena Estrella" y de las fechas que fijaron para debatir y ahondar en este ensayo mío. Me gustaría agradecerles su apoyo y generosidad. “El infinito en un junco” es un homenaje a personas como ustedes, que ponen su empeño en dar vida a los libros y ayudarlos a volar. Siento no poder unirme a la reunión siquiera de forma virtual, estoy en la montaña de vacaciones con mi familia, y les prometí que el trabajo no iba a interferir en nuestro tiempo juntos.
Quisiera decirles con la voz silenciosa de las letras que ustedes son los protagonistas de una empresa colectiva: el viejo sueño de asegurar la supervivencia de nuestras mejores ideas y narrativas. Pertenecen al linaje de los cuentacuentos, inventores, escribas, iluminadores, bibliotecarios, traductores, vendedores ambulantes, maestros, sabios, espías, editores, rebeldes, viajeros, aventureros, impresores, coleccionistas. Personas, en su mayoría anónimas, que nos legaron el tesoro de los libros, un logro extraordinario que es la base de los mejores hallazgos de nuestro mundo. Si esta herencia fabulosa ha sobrevivido es gracias a entusiastas de la palabra como ustedes.
Durante el confinamiento, tuvimos la experiencia de volver a encontrarnos con los libros. Los relatos, los ensayos, la poesía, nos han permitido viajar más allá de las paredes de nuestro hogar, conversar con personajes de lugares lejanos o de épocas pasadas, escapar del encierro y explorar lugares desconocidos a través de las páginas. Con los libros, nunca nos sentimos aprisionados. Cuando la soledad, la tristeza o la ansiedad nos asaltan, estos cofres de palabras nos acompañan y nos ofrecen un espacio de tranquilidad, emoción y compañerismo. Sus páginas son lugares hospitalarios. Quiero pensar que ahora miramos con nuevos ojos, más conscientes que antes del valor de los libros, las historias y el arte, la creatividad y la cultura. Le deseo un largo y feliz viaje en estas máquinas del tiempo encuadernadas.
Algún día espero conocerles en persona. Mientras tanto, envío a El Salvador un gran abrazo y mis esperanzas más risueñas.
Irene Vallejo
Saludo de Irene Vallejo al CBE