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Ciudad de Dios | Comentario personal

Este es un libro que no sabía si quería o no leerlo, sobre todo porque la película la sufrí en su momento y cuando, después de muchos años, quise volver a verla simplemente no pude. Entonces, me pregunté muy seriamente si lo quería leer y, además, si lo quería leer en españolete (que en el chat me enteré de los múltiples “hostias” que los compañeros habían encontrado) porque yo odio leer/ver en español de España (a menos que sea una autoría española).


Cuando Bryan nos compartió la versión en mexicano, ya me animé un poquito más porque por lo menos el lenguaje se me hace más cercano. Solo me quedaba pensar si quería leer violencia dura.


Pero por esas vueltas que da la vida me encontré la semana pasada frente al libro.


Lo empecé como empiezo todos los libros, con mente abierta y valorando qué personaje me va a gustar, a cuál voy a detestar… ¡lo normal pues! Y en esas estaba cuando llegué a la historia del bebé desmembrado, solo empecé a leerla y físicamente tuve que ver para otro lado porque las imágenes en mi cabeza eran muy reales.


Así que ahí vino el momento de inflexión. Supe que, de seguirlo leyendo como todos los libros que me han llegado a las manos, no lo iba a aguantar y mi energía (ya de por sí no mucha para estos temas) se iba a evaporar. Además de que no iba a poder ser capaz de terminarlo.


Así que, antes de proseguir leyendo como se cortó el segundo bracito del bebé, tomé una decisión que jamás he hecho ante la literatura: decidí conscientemente no involucrarme, no invertir ni un gramo de emoción en este libro. Decidí que su significado y relevancia iban a estar circunscritos únicamente a la acción de la lectura, fuera de esa relación el libro no significaría más. Y esto porque suficientes historias salvadoreñas tengo en mi cabeza ya, como para coleccionar brasileñas.


Me ayudó mucho el hecho de que el libro, al final y al cabo, es una novela. El saber que está basada en las experiencias del autor como habitante de la favela, pero al mismo tiempo en el cúmulo de experiencias recogidas en una investigación, me ayudó mucho más a poner esa distancia emocional consciente y dirigida, porque al final es violencia pura y dura, sí, pero novelada. Y así pude terminar el libro entre el jueves de la semana pasada y ayer miércoles. Lo leí como puedo leer un reporte de investigación académica.


Pero además lo leí desde una perspectiva muy psicológica: lo tomé como una gran catarsis del autor. ¿Se imaginan llevar adentro toda clase de historias violentas sin la posibilidad de contarlas? ¡Es que uno se volvería loco! Entonces, entre lo que se puede percibir como una “frialdad academicista” y el calor de una escucha activa, el libro evolucionó a ser también una gran catarsis, una descarga de alguien que quiere ser escuchado para que las historias cobren sentido y no se crean fruto de una imaginación desquiciada, perversa y patológica en su relación con el mundo. No. Son las historias noveladas de lo que sucede aún hoy en día, por duro que suene esto.


Entonces, desde estos mis dos refugios que encontré puedo decir que me llamó la atención la progresión de la profundización de la violencia con el paso de los años, pero también que se mantuvo el deseo que la impulsaba: el tener dinero de la manera “más fácil” (aunque algunos personajes llegan a cuestionar si en realidad es la manera fácil) en contraposición de la “idiotez” de ir a trabajar. Y ahí viene el contraste porque por medio de la violencia se gana más plata, aunque el riesgo de morir es mayor, que los que van y trabajan. Entonces, el camino de la violencia sigue siendo atractivo, si lo pudiéramos decir así.


Aparte de esto hay que poner en perspectiva la violencia que no viene de los delincuentes, sino de la gente “normal” de la favela. Ya sea padrastros o madres que exigen que se les lleve dinero, o personas que se sienten traicionados por sus seres queridos. Para mí, estas historias se dan para que se pueda comprender la normalización de la violencia, la cual llega a su expresión más cruda con el actuar de los delincuentes, pero al final es lo mismo descabezar a un “amante” que volarle la cabeza con ocho tiros a un niño. Y aunque uno es más grotesco que el otro, lo que subyace en el fondo es lo mismo: el aprendizaje de que la única manera de poder resolver las dificultades es a través del ejercicio violento.


En esto de la evolución de la violencia es interesante como el individualismo prevalece siempre, si bien hacia el final del libro atestiguamos cómo se conforman bandas, al final el sentido de grupo no es fuerte y no prevalece tampoco. Por eso es que los líderes son tan fáciles de ser asesinados: porque no existe cohesión. Quizás la banda de Bonito se acercó más a ese sentido de grupo, porque cuando él se ausenta, la banda no sabe qué hacer, incluso Zanahoria se siente a la deriva: el elemento unificador es Bonito. Y Bonito es un caso interesante: el vengador que en realidad no logra vengar ninguna de las injurias que le realizaron mientras que incursiona en el camino de las agresiones y que viene a confirmar la idea de que la violencia es una espiral de la que muy pocos pueden salir, porque pareciera que esta traga todo lo que está a su alrededor y solo escupe cadáveres.


Pero tenemos una historia de excepción: Martillo. Él si logra la “redención” a través de la religión, pero en la época de la favela donde la violencia iniciaba. Ya para Octavio esa redención no se logró, porque un actor lo impidió: la policía.


La policía también va cambiando a través de las historias: pasan de ser individuos específicos los que generan el miedo a terminar siendo toda una unidad. Si bien es cierto todos los policías de la novela son retratados como corruptos, hacia el final de la novela la corrupción es rampante y más bien parece que no están en combate a la delincuencia, sino que solo velan por sus intereses corruptos. Por eso les compartí las noticias ayer1, porque no parece haber cambiado esa realidad de llegar disparando a mansalva, sin importar si hay civiles o no. Y la práctica de arrojar cuerpos al río también se mantiene, lo que implica un serio problema de justicia porque no hay manera de registrar esos muertos. La corrupción parece ser un mal mayor en nuestras tierras (y lo digo así porque no hay país latino que se salve).


Es importante también resaltar que esta es una novela de hombres, la mayoría de las mujeres son secundarias, pasivas y solo sirven como contexto para contar una historia, además de solo ser objetos sexuales, dando la idea que de las mujeres no somos violentas. A puras penas se habla de unas mujeres ladronas, o de Ana Rojinegra quien es parte de la diversidad sexual. Y este último tema se trata desde un contexto patriarcal y machista, que se materializa en el desprecio y vergüenza que siente Infiernito por su hermano Ari. También es interesante la visión del autor que no pierde oportunidad para remarcar que Ana es un hombre vestido de mujer, por la fecha en que la novela fue publicada me hace preguntarme si esta afirmación y reafirmación de ese hecho responde únicamente al momento histórico en el que se sitúa la novela (donde el movimiento por los derechos de la comunidad LGBTIQ no era amplio) o si más bien responde a un reflejo idiosincrático del autor en ese momento. Regresando al tema de las mujeres y su pasividad ante la violencia, sería interesante preguntarle al autor su visión sobre esto: ¿realmente no hay mujeres violentas en la favela? ¿o la violencia femenina es de otro carácter?


En fin, creo que la novela retrata una realidad que dista mucho de ser solucionada, independientemente del país donde nos situemos: pareciera que la violencia acompaña desde siempre a la humanidad; que, si un actor violento desaparece, hay diez esperando por tomar su lugar, y que se manifiesta aun en acciones tan cotidianas e inocuas como el tráfico. Solo hagamos un ejercicio: en lo que va de la semana, ¿cuántas pitadas no han dado o hemos dado sin razón?, ¿cuántos carros, motos y buses se nos han metido a la fuerza? O para los peatones: ¿Cuántos carros nos les dieron el paso? Ven, la violencia es más cercana de lo que creemos, aunque queramos que fuera lo contrario.


Ciudad de Dios | Comentario personal
Karla Cristina Rodríguez 3 de agosto de 2025
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